Tuesday, September 05, 2006

Un decálogo para escribir cuentos o cómo matar el tiempo en lugar de escribir cuentos

Consejos sobre el arte de escribir cuentos
por Roberto Bolaño

"Como ya tengo 44 años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos:

1) Nunca abordes los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.

2) Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.

3) Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.

4) Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.

5) Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

6) Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.

7) Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!

8) Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

9) La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.

10) Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.

11) Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.

12) Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo."


Si no les sirve para escribir, al menos ya pasaron otro día sin hacer nada en literatura, pero creyendo que lo hacían.

Monday, September 04, 2006

EL AMOR ES COMO LA LEPRA



—De tanto espacio en el mundo ¿por qué tienes que estar a mi lado?—
Pero Diana no le contestó, estaba tan acostumbrada como Mariana a los reclamos rutinarios de estar juntas.
Tres años exactamente. Mariana casi rompía en llanto sentada en la banca, cerca de la media noche, con un rimel agrio y la bolsa llena de odio. Romperle el corazón a una mujer no es cualquier cosa y menos a una mujer como Mariana.
Como todas las noches, Diana caminaba para ver si se quedaba otro pedazo de ella tirado por ahí, para olvidarlo, para que quedara oculto bajo las huellas que ya no le pertenecían.
Mariana estaba harta, dispuesta a olvidar todo y se levantó precipitadamente caminando con furia, como queriendo dejar su odio en aquel lugar, nunca se imaginó que aquel no sería nada con lo que venía pausadamente hacia ella.
Diana, que silenciosa se iba dejando, quedó interrumpida en el suelo cuando Mariana en su intento de huir quedó atrapada.
— ¿Qué te pasa, tía?- reclamó Diana mirándola con sus ojos negros — ¿acaso soy responsable de esos ojos llorosos?
—Quizá lo seas algún día— dijo sin saber lo cerca que estaba de la verdad.
Un café chorreando amargura entre las dos. Y Diana, cual predicador de domingo, decía como verdad ultima que el corazón no es algo que se rompa, que con el tiempo adquiere elasticidad.
— ¡Carajo, Diana! ¿Podrías darte prisa y dejar tu libro?—
— ¿Prisa para qué?— dijo Diana tratando de convencer a Mariana de que el tiempo sobraba siempre.
—Por el momento, para llegar temprano; hace quince minutos que debimos haber salido.—
— ¿Siempre tiene que importarte tanto? joder, si son una bola de gilipollas, con reuniones seudo burguesas, inútiles y aburridas- Mariana se sabía de memoria su discurso idealista, aunque después terminaba yendo con ella a donde fuera.
Los primeros meses ninguna de las dos sabía bien qué hacer con la otra, tan insoportable como necesaria. Diana siempre metida en sus pinturas y en sus paseos para descubrir la realidad. Mariana siempre en la oficina o en reuniones, buscando un minuto para llamar a Diana, que seguramente no estaría, dejando mensajes que sabía no iba a devolver. Llegaba a casa y la llamaba de nuevo sabiendo que contestaría, que iba a escucharla y que iban verse, cualquier día porque a Diana no le gustaba la rutina obligada, sino que todo fuera como una desviación al azar.
Al año creyeron que eran parte la una de la otra, y Diana dijo que vivieran juntas. Mariana llenó de cajas y maletas el ya de por sí desordenado departamento de pintora. Salieron y regresaron con un par de tazas, una verde para Mariana y otra gris para Diana, y comieron cereal en ellas mientras veían televisión.
- ¿Dónde están mis zapatos negros?, los de tiras.-
- Los traigo puestos- dijo Diana.
- Obviamente te estás burlando.-
- Pues se supone que la desordenada soy yo. Están en el segundo cajón de la derecha.-
- ¿Y qué hacen ahí?-
- Eso es lo que menos debería importarte.
Seis meses después, Diana la convenció de viajar. Y tomaron un avión a Extremadura. Antros y excesos nocturnos, y los muslos de Diana que se habían resbalado como peces entre los de Mariana, ahora le abrían paso a la cadera de un desconocido.
Mariana sintió cómo la elasticidad de su corazón había llegado al punto de ruptura. Después de eso no volvió a su estado original.

- Diana, ¿qué esperas?, ya vámonos.-
- No pienso ir.-
- ¿De qué hablas?, ya es tarde.-
- Que no voy, tía.-
Dejar que Diana se fuera era como dejar que una de sus piernas comenzara a caminar sola. Le habría encantado ser capaz de perdonarla, pero nunca pudo. Conforme pasaba el tiempo, Mariana hacía todo lo posible para que Diana se arrepintiera de lo que había hecho: reclamos por cualquier falta de atención o celos injustificados.
Diana sabía que estaba descubriendo lo más mierda de Mariana y eso le fascinaba. Creía que esa era la sinceridad; y si lograba amarla así, habría algo más apasionante que sus pinturas.
Mariana dejó de reclamar con vehemencia y todo terminó convirtiéndose en rutina. Los gritos, las discusiones eran como lavar los trastes después de comer.
- ¿Por qué seguimos juntas?- preguntó Diana anticipando la respuesta en el tono de su voz.
- No lo sé.-
- Era obvio. Me voy una semana. Cuando regrese no quiero ver nada de ti aquí.
Salió a caminar tratando de dejarse regada en las calles, y Mariana llenó su bolsa de odio y se puso su rimel agrio para salir a trabajar.
Diana siguió caminando por las noches. Nunca una desviación al azar las cruzó de nuevo.