Wednesday, October 04, 2006

Café (literario) con aroma de mujer

El sábado 30 de septiembre hubo un café literario en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Como sucede casi siempre, todo empezó flojo, pero se fue componiendo.
Independientemente de las minucias que pueden esperarse en una de estas reuniones (la referencia a los haikai, la discusión seudoerudita sobre el manejo de los tropos, etcétera), tuve que lamentar una ausencia, dos ausencias.
Hace tiempo, yo era un mozalbete con ganas de escribir versos. Era, también, alumno de un taller de literatura. Allí pasé un par de años. Los de aquella generación nos alejamos (por cuestiones de salud mental) de todos los demás.
He sabido después la suerte de algunos:

a) Gabriela Verde terminó haciéndose de mucho dinero, de un blog, y de un hombre a quien torturar.

b) Tenticau continuó practicando varias soberbias

c) Valquirio abandonó lo que quiso para cantar en los camiones y dar demostraciones de mímica.

d) Temajtín viajaba a Canadá para seguir a su novia.

e) Mendoza, después de cometer varios poemas y cuentos, ha sabido guardar silencio.

f) Rebeca Melodía se ha dedicado con ahínco a soportar a un patán.

g) Dos más, bastante queridos por mí, se han encontrado y desencontrado. Uno, intentando escribir una novela, va viviendo una de amor. Otra, alejándose de la literatura, se ha vuelto un personaje literario. Ambos, así como los dejo sin nombre, me dejaron sin ellos en el dichoso café.

Decía un tipo que al final nos arrepentimos de todo: de lo que no hicimos, por no haberlo hecho, y de lo que hicimos, porque pudimos haberlo hecho mejor.

Invité a todos, o hice invitar a todos. Hubo mucha gente y una notable hospitalidad. Hubo buenos cuentos y versos claros. Un queridísimo visitante de la familia de las mangostas proveyó el inmejorable aroma que da título a esta entrada... y sin embargo...