El hombre se despierta y entreabre los ojos para dejar pasar esos primeros rayos que se han acumulado en la pared. Se talla los ojos y se mira las manos, aún con el recuerdo fresco del sueño de anoche donde corría a prisa sin saber exactamente a dónde ni porqué. Qué más da, así ocurren los sueños, se dice dando un suspiro largo y nostálgico. Una bruma espesa golpea su ventana como intentando atravesarla. El hombre se incorpora y por la mente pasa toda clase de pensamientos a una velocidad vertiginosa: somos hombres, no payasos. Somos hombres, no bufones. Somos hombres o somos piedras. Somos hombres o somos tierra.
Se levanta despacio, como con intención de no despertar a esa bella fémina imaginaria que duerme enternecida bajo las sabanas que él abandona convaleciente, tambaleándose como se aleja un soldado del campo de batalla. Camina por el entarimado muy despacio y de puntitas, abre con soltura la puerta del baño y la cierra con torpeza. La puerta rechina y cruje antes de embonar la chapa. Con cuidado se despoja de la piyama y se ve a sí mismo en el espejo.
Se ve desnudo en el espejo. Una barba mal cortada, una greña maloliente, un aliento pestilente, unas manos despreciables, un semblante de mierda, una barriga desmesurada, un sexo mugriento, rancio y degenerado, y unos ojos hinchados como canicas de tanto dormir. Se va escudriñando de arriba abajo, recorriendo con los ojos cada borde, cada arista, cada cara, cada región, cada vértice. Es un maldito cubo empecinado en adoptar cierta morfología (desgraciadamente) humana. Es una caja de zapatos, la camisa de un disco viejo, el embace de leche Lala, la descomunal pantalla Solaris… un pan bimbo, eso es, es un miserable pan bimbo.
Somos hombres desaliñados y malentendidos o somos pedazos roídos de madera sobre el suelo, varnisados o no. Somos hombres, insoportable y adecuadamente hombres como todas ellas nos designan, nos señalan. O somos la sobra de pasta que queda en el empaque cuando nadie se preocupa por intentar sacarla. O somos el vino que sobra al fondo de la botella y que nadie toma porque cae en lentísimas gotas que el cuello aletarga. O somos la réflex predispuesta a capturar lo que otro ojo nos dicte, a reproducir en una pestilente película una imagen deplorable y nauseabunda de este mundo, a atrapar con el objetivo un pedazo de inmunda mezcolanza de tiempo y espacio, batiburrillo de imágenes masticadas y sonidos irritantes de la misma vida. O somos un pedazo de esa sobra de pasta dentrífica que se ha endurecido. O somos la inmensa caja idiota con sonido acartonado, o (aludiendo a los cartones) el cartón de Pacífico que ha quedado en el suelo mojado, pisoteado, amortajado y roto. O somos pan bimbo, eso es, somos hombres o somos pan bimbo.