I. El amor en los tiempo de la influenza
Oigo y desoigo tus palabras muertas ya sobre un mar de olvido,
hincadas sobre mis trémulas rodillas,
como serpientes desplazándose en la arena,
como moscas tuertas pululantes, los arquetipos de tu espalda y tu espina dorsal,
los espirales que mi lengua sigilosa dibuja sobre tu abdomen,
mis manos que se funden sobre tus piernas ardientes,
mis ojos que se vienen sobre ti,
mis dientes hinchados de tanto morderte,
todo lo que somos se desplaza silente,
como se camina sobre un entarimado,
tus pies desnudos me vienen al aire y yo los separo,
abro tus piernas tranquilas y dóciles para estocar tu encuentro,
hago un baile demencial mirando tus caderas rebozantes de placer
y un asco profundo me invade desde dentro,
concluyo mi flujo en ti detonando mis regurgitantes entrañas enmedio de tus piernas,
me alejo y respiro. Y respiro.
Los ojos también sienten orgasmos: las lágrimas que transpiro.
II. [Te busco entre mis manos...]
Te busco entre mis manos, entre mi cuerpo desvenado,
te buscan mis brazos y mis piernas a todas horas, en todos lados,
los mismos rastros, el mismo vaho que has dejado acumulado,
las mismas sombras desganadas, el mismo aroma resagado.
Te buscan en el día,
te encuentran tarde en tus ojos escondida,
te sé despierta, te sé cansada, te sé dormida,
tus labios separados y tus ojos cerrados,
silentes cómplices de esta monotonía.
Respiras suave, discreta, tu quietud es tan cierta,
en tu profundo sueño pareces viajar alerta,
son tus manos que se abren dejándote insípida y muerta.
III. Cunilingus
Debí dejarla ahí,
sobre esa tela como baba saliendo de la cama,
abandonarla cuando me vio atravesar el cuarto desnudo y con la luz prendida,
debí besarla y dejarla con las piernas abriertas y los dientes hincados en la almohada.
Alcancé el apagador y seguí su voz através de la recámara.
Seguía viva, respirando agitada,
exudando ese cálido sudor bajo ese horrible perfume excitada.
Acaricié sus piernas extendidas y besé sus palmas,
desdoblé sus muslos y blandí mi espada,
apreté mis dientes y apagué su mirada,
ella se entregó a mi encuentro silente, bella, articulada.
Debió dajarme ahí,
sobre esa baba como tela saliendo de mi arcada,
abandonarme cuando la vi atravesar el cuarto desnuda con la luz apagada,
debió besarme y dejarme con la espada hundida y sus dietes hincados a mi espalda.