Incluso cuando venía a verme, volteaba, daba miradas de soslayo, torcía el cuello.
Tenía la chispa en los ojos, mas, cuando no estaba, se tornaba triste y no volvía a verla.
Sus sonrisas se apagaban, sus labios no reían. Silencio total.
- Cállate, no digas nada.
En el semblante demacrado, la ira de su ausencia corria por sus finas arrugas, el sol apenas si salía... se volvía a meter.
Un suspiro...
-Cállate, tu voz me distrae.
Concuerdo en sus sentidos, pero en sus manos temblorosas, las arrugas y las fisuras, sus líneas, marcadas con delicadeza intangible, con destreza incoherente, con cierto pulso nulo, nunca mostraban el interior, donde la humedad curaba heridas de su intacto corazón.
Nunca me confesó haberlo amado, mas yo lo sabía. Pudo haberme parecido notable, su voz temblorosa al hablar de él, sus ojos posados en el cielo, sus piés flotantes, su cuerpo recargado y su cabeza contra la pared.
El día de su muerte, ni siquiera pude ver sus manos, las llevaba envueltas en su reboso. El rubor de sus mejillas desapareció y las lágrimas tomaron cause en ellas formando líbidos ríos. Él murió discreto, en silencio, una noche junto a ella. La agonía en su mente a penas sí se veía.
Cogió su manta, la puso delicadamente sobre su blanco y cuidadosamente peinado pelo, y salió despacio, sin que nadie se diera cuenta.
-Espera a que regrese, no tarda - me dijo y cerró los ojos.
Tenía la chispa en los ojos, mas, cuando no estaba, se tornaba triste y no volvía a verla.
Sus sonrisas se apagaban, sus labios no reían. Silencio total.
- Cállate, no digas nada.
En el semblante demacrado, la ira de su ausencia corria por sus finas arrugas, el sol apenas si salía... se volvía a meter.
Un suspiro...
-Cállate, tu voz me distrae.
Concuerdo en sus sentidos, pero en sus manos temblorosas, las arrugas y las fisuras, sus líneas, marcadas con delicadeza intangible, con destreza incoherente, con cierto pulso nulo, nunca mostraban el interior, donde la humedad curaba heridas de su intacto corazón.
Nunca me confesó haberlo amado, mas yo lo sabía. Pudo haberme parecido notable, su voz temblorosa al hablar de él, sus ojos posados en el cielo, sus piés flotantes, su cuerpo recargado y su cabeza contra la pared.
El día de su muerte, ni siquiera pude ver sus manos, las llevaba envueltas en su reboso. El rubor de sus mejillas desapareció y las lágrimas tomaron cause en ellas formando líbidos ríos. Él murió discreto, en silencio, una noche junto a ella. La agonía en su mente a penas sí se veía.
Cogió su manta, la puso delicadamente sobre su blanco y cuidadosamente peinado pelo, y salió despacio, sin que nadie se diera cuenta.
-Espera a que regrese, no tarda - me dijo y cerró los ojos.
Gerardo Ramos, Diciembre 2006