Sunday, December 02, 2007

No, no soy adorable



(o “kaiserin, tsarevna, no soy una princesa”)



En general uno no hace esta clase de cosas, pero los amigos siempre dan golpes bajos y te dicen que si no lo haces no cogerán esa noche o mamadas por el estilo, entonces uno no puede negarse a hacer un “favor”, o es decir, salir de chaperona.
Así, pues, uno llega confiado a que el “otro” (el amigo de la chica de tu amigo) no dirá mucho, porque suelen ser tímidos —por eso necesitan de la ayuda de sus amigas— y entonces hay que sacarles la conversación con la misma cuchara con la que comparten el mal pretexto de un helado. Sin embargo, este tipo llegó con una sonrisa, una verdadera sonrisa.
Resulta que se llamaba… de algún modo. Tenía qué ver con la luz, de eso estoy segura. Creo. Después me explicó que sus padres en realidad no habían tenido mucho ingenio, es más fue su abuela la que decidió que se llamara… así. Pero lo peor fue cuando hizo esa… pregunta.
— ¿Tus ojos son verdes, cierto? Me gustan—
— (Mis ojos no son verdes, quizá deberías cambiar de lentes) Son café—
— Mmm… me gustan—
— (Esto debe ser una bromita del imbécil de Antonio) Gracias—
— ¿Sabes? Soy bueno leyendo los pensamientos. Sí, en serio. Sólo acércate un poco y podré meterme en tu cabeza y saber en qué estás pensando. Incluso saber si estás enferma—
— (Espero que no, te darías cuenta de que eres un engreído) No gracias, puede ser peligroso—
— Sí, lo sé. Tengo un buen corazón. No pareces una tipa aborregada, de las que me revientan, que mira los mismos cuadros, escucha la misma música y, claro, va a los mismos lugares. Aunque, la verdad sólo podría salir contigo si eres dócil y sensible…—
— ¡Saperlipopet!—
— ¿Saperlipopet?—
— Ah… (puta y ahora, ¿qué le digo?) lo digo cuando no sé qué decir—
— Ya veo, te dejé sin palabras—
— (No, más bien hubiera querido que dejaras de hablar) Sí, algo así—
— Es como en “Rayuela”, ¿no te parece?, ya sabes el Glíglico. Podrías ser la Maga de mi novela. Como te darás cuenta leo mucho, no te diré cuánto, pero es mucho—
— ¿Qué edad tienes?—
— No te preocupes, me dedicaré a hacer de ti una chica madura. Sí te has dado cuenta de que aún estás, digamos, en pañales, o, ¿no? Sí, mira, seguramente te la pasarás haciendo berrinches y te traerás rollos muy “densos”, no te preocupes, esas cosas…—
Puta madre, mirada fija en el infinito, halo teatrero, con el singular gesto de entrecerrar los ojos, ¿será que de verdad piensan que uno les cree?
— Sí, esas cosas me gustan. Seguramente piensas que tú también me romperás el alma, pero no te preocupes… esa actitud también me gusta…
— A ver, déjame entender…—
— Claro que entiendes, eres una chica inteligente, por eso serás mi compañera. Conforme pase el tiempo te diré cuáles son tus aptitudes genéticas por las que seguiré contigo. La verdad no pienso tener hijos, pero nunca está demás, y pues, me gusta tu cadera…
— Ajá…—
— Sí, lo sé. No soy el único que elogia tu belleza, ¿no es así? Verás, soy muy bueno haciendo hipótesis. En eso se basará nuestra vida, en que yo lea tus pensamientos y en que tú te dejes consentir. ¿Te han dicho que eres adorable?—
— ¿Todo esto es en serio?—
— ¿Crees que yo jugaría con esas cosas?, soy muy serio, ¿acaso no te hablaron mucho de mí? No te preocupes, ya habrá tiempo para eso—
— ¿Es que Antonio y tu amiga no piensan alcanzarnos?—
— Deja que se encarguen de sus asuntos. Yo te decía que a veces podrá parecer que soy un hijo de puta o que quizá hago berrinches, por favor, no vayas a creerlo, todo tiene una explicación coherente, por supuesto, con mi madurez. Me encargaré de ponerte en situaciones límite para que salgas del hoyo. Por cierto, ¿sabes qué es una flor amarilla?—
— (¿Qué sólo lee a Cortázar?) Déjame ver, ¿me dirás que soy Luc?—
— Serás como mi parejilla de indias. Aunque no todo será tan, aparentemente, malo. También te escribiré canciones, es más podría grabarte un sencillo, soy modesto así que te diré que no canto muy bien. Por supuesto te escribiré poemas. Sólo déjame decirte algo más, no podrás confiar mucho en mí, digo mentiras como si las vomitara, así que no podrás distinguir entre lo que es cierto y lo que no—
Mientras me va desnudando en su casa, no logro distinguir si lo que estoy sintiendo es su lengua entre mis piernas o un profundo amor, como si se tratara de un eterno retorno de Nietzsche o de otro cuento de Cortázar. Siento que lo quiero siempre, mucho, a veces. Como a un castor o a una suricata.

Ahora sí, "Cuando tengo clases me salen ojos"


Sí, te digo que estaba yo ahí, enfrentito de la que dizque guía. Nos estaba diciendo que si Sócrates, que si Aristóteles; ya sabes, las mamadas que cavilaban esos weyes, pero que inevitablemente te pones a pensar en que si son pendejadas o no tanto. Entonces ahí, en el mero meollo (cómo me gusta esta palabra), como tragedia de Shakespeare: “se caen o no se caen”, el problema es que siempre se caen y no es que lo haga a propósito (sólo cuando estoy solo), sino que de pronto comienzo a sentir un ligero entusiasmo, como un “¡agüevo!, ya le entendí” y moooledoñamaría, siento cómo se desprende algo de adentro, a veces muy cerquita a veces más lejitos, pero algo se rompe y los ojos comienzan a resbalarse, como un par de hojas que han caído y no saben a donde van. Aunque no siempre se caen los dos, a veces sólo es uno, a veces el izquierdo, a veces el derecho; eso me dificulta la visión. Cuando se caen los dos no hay tanto pedo, los dos salen igualitos, con la misma manera de mirar, pero cuando se cae uno el otro generalmente sale diferente y no veo bien, como si todo estuviera obnubilado, a veces me tropiezo y hasta me caigo, pero después me acostumbro y distingo, como Descartes.
Sí, mira: cuando comienzo a sentir que algo ya se tronó allá adentro salgo corriendo para el baño, me tapo la cara por si se me llegan a caer antes de entrar al salón de los tronos y me encierro directito en uno. Imagínate que se me llegan a caer y me resbalo con ellos o peor aún que alguien me los pise, seguramente a ti no te gustaría que pisaran tus ojos, con los que has visto tanto tiempo y tantas cosas, que ya no los vayas a usar no quiere decir que dejan de ser tuyos ni que dejas de quererlos. Por eso siempre traigo frasquitos. Voy, me encierro en el baño, se me caen los ojos, siento cómo me van saliendo los otros y cuando puedo ver guardo los que se me cayeron en el frasquito, llego a mi casa y lo amontono junto con los demás.
A veces, es como cuando te cortas, a veces te duele cuando cicatriza y a veces no tanto. Es lo mismo. A veces me duele que se me caigan, a veces me duele que me salgan, todo duele alguna vez.
En realidad me pasa en todas partes. Si voy caminando por la calle, viendo cualquier cosa de pronto siento aquello y tengo que sentarme en el suelo, no sé, hacer como que estoy llorando o como que estoy dormido, tomar mis ojos y esperar a que salgan los otros. Es más fácil en la escuela, voy corriendo al baño y no hay tanto problema, o en el cine, ni siquiera tengo que moverme, en la oscuridad nadie te ve, en ese momento todos confunden el mundo con la pantalla y desaparecen.
Sí, es cansado, a veces la gente cree que uno está loco, y no es que no lo esté, pero no tanto. Lo único que pasa es que se me caen los ojos, ¿qué tan grave puede ser?


No, diles que no puedo salir, que estoy enfermo o cualquier cosa (cualquier cosa menos que se me caen los ojos). Es que llevo aquí más de dos horas esperando a que salgan y nomás no. Nunca me había sentido tan nervioso…


Ni siquiera puedo llorar, me faltan mis ojos. ¿Y si nunca más vuelven a salir? No he ido a la escuela. Ya no podré salir, ni andar en la patineta, ni siquiera podré leer… bueno eso sí, pero no será lo mismo, no podré ver cómo se hilan las palabras como un metro naranja o como un extinto tren, ni cómo revolotean cuando los pájaros vuelan, ni cómo van sonando como sonajas en un poema. Creo que sentí algo… Nada. Ni uno chiquito ni una lagrimita ni una esperanza. Nada. Sólo un crujido y oscuridad.
Aún no logro entender que ya no puedo concebir mi entorno como una totalidad, ahora tengo que ir conociendo las cosas one by one, o sea, una por una. Fijarme en los detalles para no confundirlos, en sus sonidos, en lo que, inevitablemente, me dicen. Sí, a que eso no se lo esperaban, eh. Uno comienza a escuchar (si es que puede hacerse sin los oídos, así como ver sin los ojos, así como yo) y entonces no queda de otra mas que escuchar todo lo que las cosas gritan, que si la planta ya tiene sed, que si el perro está cansado, que si la tele está envejeciendo, que si la silla está llorando, que si la tía está amargándose, que si el limón está dulce, la cama enamorada, la bicicleta adormecida, el radio ensordecido, la estufa convirtiéndose en refrigerador y el refrigerador convirtiéndose en una jirafa come lácteosfrutasyverduras (sí, es que aquí todos se las dan de sanos). Sí, ya sé que me excedí, pero es que el otro día el mapa me dijo que se había perdido entre Estonia, Letonia y Lituania y yo no pude evitar reírme como imbécil o como un cable chispeando, lo que más les guste. El punto es que esto ha pasado de ser una tragedia chexpiriana a ser un descanso maravilloso (sí, lo sé, es una cursifresada). O quizá no, pensé en que ahora ya no tendría que ver los asesinatos en la tele, sí, la que se cree vieja; el problema es que ahora los escucho y siento más profundo el dolor, y, como siempre, siento cada grito como un arma en la cabeza, “unas ganas de no verte nunca más”, ¿así iba la canción?


Manchas de colores, eso es todo. Manchas sin forma ni conexión, no hay tamaño, no hay distancia, sólo tropiezo, es que no me había dado cuenta de que estaba cerca, es que ya no sé lo que es cerca o lejos. Luz moviéndose por todas partes y ella hablándome, sé que lo hace porque la he tomado del rostro y siento cómo se mueven sus labios, sus mejillas, sus ojos y siento el sonido que se fuga por todas partes. Comienzo a mirarla, a distinguir que es ella, distinta de la mesa o de la silla y a veces distinta de mí.
Así como dejar de mirar implica la concepción de un mundo distinto (ja, sí, otra cursifresada), y me refiero a que no es lo mismo permanecer distante de todo y aún así creer que se conoce, que no es lo mismo saber de alguien por mirar cómo camina o que sus ojos son café, sino por sentirlo en el aire y escuchar cómo los ojos van convirtiéndose en verde; así también el mirar de nuevo es cambiar el ser tú, como ser un punto, es la manera de ser ese punto, pero ahora que recuerdo, un punto puede ser cualquier cosa, un cuervo con sombrero de charro, una bicicleta, un pie, un dibujo o el regalo de un amigo, sí, como él. Entonces… no sé qué estaba diciendo, la verdad es que tampoco importa, pero seguro que se trataba de hablar de la luz, y no me refiero ni a Sol, ni al día, ni siquiera sé si podría tratarse de la noche, sí, aquella en la que te he conocido y en que los ojos, ojos eran, en que las manos no eran nada, en que las estrellas eran como mares de girasoles o quizá sólo eran bolas gigantes de gas quemándose a miles de millones de kilómetros de aquí (claro, si estaban cerquita), porque las cercas separan, pero cómo podría yo separarme de ti (?) y de tu rostro que habla y se mueve todo en voz, porque seguramente sabes que no sólo caminas con las piernas, sino que caminas empujando y jalando desde tus brazos, desde los ojos o la cadera o esa ronchita eterna que tienes en el brazo. Lo cierto es que antes, cuando tenía clases se me caían los ojos y los coleccionaba, por mamón seguramente, mamón como todo el mundo, como una revista de arquitectura o de literatura, como un poeta melancólico o como un escritorio de vacío, o simplemente como tú que estás leyendo las pendejadas que estoy diciendo. El punto es que guardaba los ojos como mi manera de recordar, como si con colocarlos en mi mano pudiera saber qué había ocurrido, claro, eso nunca pasó; pero lo que sí pasó es que un día, como tantos otros, se cayeron, se quedaron en un frasquito con una etiqueta que no supe llenar después, porque los círculos y los triángulos y los ciento ochenta grados nunca fueron iguales, ya no era el saber que los ángulos son rectos o si son de margaritas, pero eso no importa; lo que sí importa es que la planta se secó y que la televisión dejó de funcionar, la tía hace pasteles y que tú no tienes ni puta idea de lo que ha sido esto, de lo que has sido para mí, de lo que, seguramente, mis ojos han sido para ti. Pero esto no era lo que yo quería decir, lo que yo quería decir es que los ojos se caen y nunca más salen, nunca más, como un cuervo o una maldición. Y adiós. Y fin.