Monday, August 25, 2008

simple


Pues era algo simple, una proposición indecorosa, palabras que dejaban entrever la añoranza y las vanas (tendría que decir excesivas) ganas de tomar de su mano como tantas veces lo hice, entrelazar los dedos uno a uno como en un cierre y dejar que las propias manos hablaran como sólo ellas sabían hablar. Para nosotros fue un lenguaje más subversivo que el habla, el tacto nos llevó a conocer cada uno de los rincones del otro, recorriéndonos cada vez con soberbia soltura y como si fuera la primera vez que bajo la piel de la palma y los dedos otra piel fluyese como un río o como una dulce tonada que ambos sabíamos interpretar en la espalda del otro. Recorrer el contorno sinuoso desde los párpados hasta los pies, asir un beso en cada lugar que nuestros labios escogían, sumergirnos en un torrente imprudente de caricias y lo demás (¡cuánto más!)... Nunca sobró un beso, un rose, todo parecía calculado para hacernos estremecer en los momentos en que más deseábamos estremecernos, el uno sobre el otro, el uno detrás del otro, el uno dentro del otro. Son de esas cosas que no se olvidan, que se quedan impregnadas sobre las paredes, sobre las sábanas y sobre de uno mismo. Cómo disfrutaba del silencio cuando todo (hasta la respiración) encontraba arrullo en tu pecho ya dormido, bajo mi brazo.

Sólo eso, palabras que lo mismo hieren, que lo mismo insultan. Recuerdos que se van bebiendo de a poco, sentimientos inmundos que se van abriendo paso entre los poros y a los que se deja desnudos como una dulcísima fruta lista para ser mordida.

Todo regresa a lo mismo, esta noche vernos frente a frente, desnudos o no, lo mismo da en un parque, en un café, en una cama o simplemente (pero realmente) en un espacio onírico. Mirarnos fijamente y volver la mirada hacia las manos vacías (que mueren por hablar) o respirar palabras que se quedan en el aire sin llegar a ser escuchadas. Es esta noche tuya y mía la que nos aleja, es volverse ciego y no mirarla al cruzar la calle, es volverse sordo y no escuchar su silencio que me grita desde lejos que corra a encontrarle, es mirar disimuladamente sus pasos con el pensamiento y hacerse a la idea de la torpe postura en que le encuentro singularmente bella al rozar mi mejilla con sus labios y dejar en mí, ya sin saberlo, un temible presentimiento de no volverla a ver.

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